CONSTRUCCION DE ESCENAS
EDITOR: LUIS TEJADA RIVERA
Un relato se compone de
escenas encadenadas. Puede ser una sola escena para un relato ultra breve, pero
habitualmente son más, para permitir un planteamiento, un nudo y un desenlace.
Incluso en el famoso microcuento de Augusto Monterroso, "Cuando se
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí", hay tres momentos: el
primero, elidido pero señalado por el adverbio "todavía", sucede
antes de que comience el relato (el dinosaurio estaba en el sueño del protagonista).
El segundo es el momento del despertar, de ruptura con el sueño y sus
habitantes oníricos. El tercero, sorpresivo, es el descubrimiento de que el
dinosaurio que ha traspasado la de modo fantasmal la frontera del sueño y se ha
instalado en la realidad. Ocho palabras que encierran un cuento fantástico con
presentación, nudo y desenlace.
Así pues, las palabras
construyen frases, que se encadenan formando escenas, y estas a su vez relatos
o novelas. Y es en la construcción de las escenas en donde queremos detenernos
en este capítulo, porque de algún modo constituye la unidad narrativa mínima:
la que, cuando está bien edificada, nos sumerge en la lectura y nos encadena a
la narración. Hay muchas maneras de hacerlo, y aquí vamos a ver una de ellas que,
sin aventurar que sea la única ni la mejor, sí es, desde luego, una manera
efectiva y utilizada por grandes autores de distintas épocas y tendencias.
Y lo primero que hay que
decir es que una escena gira alrededor de algo, habitualmente un objeto físico
tangible, y que, para que sea visible al lector, suele acumular una buena
cantidad de objetos, sustantivos concretos, verbos de acción y repeticiones.
Pero no uno ni dos, sino un a buena cantidad de ellos. Veamos un ejemplo para
ver cómo funciona este esquema, sacado de uno de los mejores y más divertidos
relatos de ciencia-ficción escritos nunca. Nos referimos al comienzo del Viaje
séptimo, de Stanislaw Lem (los subrayados y las letras negritas son nuestros):
Cuando el lunes, día dos
de abril estaba cruzando el espacio en las cercanías de Betelgeuse, un
meteorito, no mayor que una semilla de habichuela, perforó el blindaje e hizo
añicos el regulador de la dirección y una parte de los timones, lo que privó al
cohete de la capacidad de maniobra. Me puse la escafandra, salí fuera e intenté
reparar el dispositivo; pero pronto me convencí de que para atornillar el timón
de reserva, que, previsor, llevaba conmigo, necesitaba la ayuda de otro hombre.
Los constructores proyectaron el cohete con tan poco tino, que alguien tenía
que sostener con una llave la cabeza del tornillo, mientras otro apretaba la
tuerca. Al principio no me lo tomé demasiado en serio y perdí varias horas en
vanos intentos de aguantar una de las dos llaves con los pies y, la otra en
mano, apretar el tornillo del otro lado. Perdí la hora de la comida, pero mis
esfuerzos no dieron resultado. Cuando ya, casi casi, estaba logrando mi
propósito, la llave se me escapó de debajo del pie y voló en el espacio
cósmico. Así pues, no solamente no arreglé nada, sino que perdí encima una
herramienta valiosa que se alejaba ante mi vista y se iba achicando sobre el
fondo de estrellas. Un tiempo después, la llave volvió...
En el breve fragmento que
hemos trascrito no hay un objeto concreto, sino un montón de ellos (marcados en
negrita): espacio, Betelgeuse, meteorito, semilla, habichuela, blindaje,
dirección, timones, cohete, escafandra, llave, tornillo, tuerca, pies, mano,
comida, herramienta, estrellas... Nadie puede pensar que es casual esa
acumulación de elementos, porque, además, la palabra llave se repite cuatro
veces (o cinco si consideramos que la herramienta que se pierde en el espacio
es la llave); dos veces cohete, timón, pies, tornillo, espacio, y como objetos
relacionados con la nave espacial está cohete, blindaje, timón, dirección y
escafandra. ¿No resulta extraña esta acumulación de elementos? ¿Cuál es su
función? Pues es evidente: mostrar de manera plástica y concreta la nave en la
que viaja Ijon Tichy. Su autor sabe que no basta con decir que Tichy viaja en
un cohete: el lector tiene que ver el cohete, situarse en su interior y
rodearse de todos esos objetos. De esa manera ya no le cabrá duda de que está
viajando con Tichy por las cercanías de Betelgeuse.
Toda la escena, por otra
parte, está saturada a su vez de verbos que indican acciones o movimiento
(subrayados): cruzar, perforar, hacer añicos, privar, poner, salir, reparar,
atornillar, proyectar, sostener, apretar, aguantar, escapar, volar, arreglar,
alejar, achicar, volver... Y de nuevo hay que decir que no ha sido por azar,
sino con un propósito bien definido: atrapar al lector desde el primer párrafo.
Los consejos acerca del los buenos comienzos se cumplen a rajatabla: un
personaje está en conflicto con su entorno. ¿O estar solo en medio del espacio
con una nave que ha perdido la dirección no es un problema? ¿Cómo saldrá Tichy
del atolladero? La única solución posible es seguir leyendo.
Si conectáramos las
palabras repetidas o relacionadas con líneas, veríamos que bajo la piel de las
palabras existe un armazón, un esqueleto invisible que sostiene la escena. Un
armazón de objetos y acciones plenamente cinematográficos. Toda la escena gira
alrededor de la llave, imposible de utilizar por un solo hombre. La escena
termina con la llave perdiéndose en el espacio. Las cosas no mejoran.
La siguiente escena, de la
que apenas hemos trascrito las seis primeras palabras, conectan con la escena
anterior, pero no de una manera simbólica, sino física: la llave que en la
última frase del primer párrafo se pierde en el espacio, regresa en la primera
línea del segundo. El ensamblaje es perfecto. Esa es, si no la más adecuada, sí
una de las mejores formas de enlazar escenas sin que se rompa la continuidad de
la historia: llevarse un objeto de un párrafo a otro (la llave, en este caso).
Si la llave funciona como un hilo fino que va cosiendo las frases y los
distintos planos de la primera escena (usando la terminología del cine) hasta
dotarlo de un esqueleto invisible, la repetición literal del mismo objeto, que
reaparece a comienzos del segundo párrafo, no hace sino coser también una
escena con otra, de modo que la continuidad está asegurada.
¿Cuál es la enseñanza que
podríamos sacar de todo ello? Creemos que es bastante clara: te recomendamos
que construyas las escenas amueblándolas no con uno, sino con muchos objetos
concretos, que escojas uno de ellos para hacer girar toda la escena a su
alrededor, que no temas repetirlo de manera directa o a través de sinónimos,
que introduzcas suficiente movimiento en su interior, y que te lleves un
objeto, nombrado en las últimas líneas de la escena, al párrafo, escena o
capítulo siguiente con el fin de asegurarte de que tu narración no discurre a
saltos, sino en un continuo sin fracturas. Y ello es aplicable, y aún más
necesario si cabe, en el caso en que entre una escena y la siguiente
transcurran años.
Las escenas, por último,
se deben enlazar a lo largo de un relato largo o de una novela con este mismo
esquema: un objeto, sensación o acción se repite más allá, pero se anuncia aquí,
a través de la premonición y la retrospección, las catáforas y las anáforas,
las anticipaciones y los cumplimientos. Y sobre todo ese armazón concreto y
visible, puedes y debes añadir los componentes abstractos, reflexivos,
emocionales y filosóficos que precises: ya tienen un cuerpo físico donde
alojarse y abandonar la vida de fantasma que tenían antes.
Propuestas de trabajo
(tres escenas).- Construye un relato con tres escenas. Entre cada una de ellas
ha de haber transcurrido, como mínimo, seis meses. Cuando lo tengas escrito,
comprueba que se atiene a lo que se ha comentado en esta lección.
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