CREACION LITERARIA
CONVERTIR RELATO A CUENTO
Toda la vida
he tenido presentimientos y siempre eran acertados. Me moví toda mi vida por lo
que intuía. Mis padres sabían lo que me ocurría y muchas veces me preguntaban
qué era lo que iba a ocurrir. Yo siempre decía lo mismo, que no era un brujo. A
veces presentía y otras no. Por ejemplo, cuándo murió la abuela, mi perro
estaba triste y alicaído, no se movía del lado de la abuela y estaba más
cariñoso de lo normal. Yo lo observaba y después de un rato presentí que algo
le iba a ocurrir a la abuela. Se lo avisé a mi madre, le dije que a la abuela
le quedaban horas de vida y siempre me lo agradeció mucho, ya que le dio tiempo
a aprovechar las pocas horas que le quedaban de vida con ella. La abuela
no estaba enferma, lo único que tenía era edad, era muy mayor. Por eso en un
principio mis padres decían que igual me equivocaba, pero yo miraba al perro y
presentía que no. Que la abuela se moría. Y así fue. Esa misma noche la abuela
falleció. Otras veces, no presentía nada. Un día mi hermano, se subió a un árbol
y se cayó desde una gran altura. Mis padres siempre me echaron en cara que no
la había presentido. Que no era tan vidente como yo me creía, ya que mi hermano
se rompió las dos piernas. Y no...No lo presentí. Mi intuición y mis
presentimientos no estaban presentes ese día. Algo había fallado.
CONVERTIR CUENTO A RELATO
EL GIGANTE EGOÍSTA, un cuento de
Oscar Wilde (Irlanda, 1854-1900)
Cada
tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del
Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de
césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores
luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera
se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se
cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje
de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar
para escuchar sus trinos.
-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos
a otros.Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el
Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante
ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su
conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión.
Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz
retumbante.
Los niños escaparon corriendo en
desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio
-dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se
meta a jugar aquí.
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta,
y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS
PENAS CONSIGUIENTES
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