viernes, 14 de junio de 2019

CONVERTIR RELATO A CUENTO


CREACION LITERARIA
CONVERTIR RELATO A CUENTO
Toda la vida he tenido presentimientos y siempre eran acertados. Me moví toda mi vida por lo que intuía. Mis padres sabían lo que me ocurría y muchas veces me preguntaban qué era lo que iba a ocurrir. Yo siempre decía lo mismo, que no era un brujo. A veces presentía y otras no. Por ejemplo, cuándo murió la abuela, mi perro estaba triste y alicaído, no se movía del lado de la abuela y estaba más cariñoso de lo normal. Yo lo observaba y después de un rato presentí que algo le iba a ocurrir a la abuela. Se lo avisé a mi madre, le dije que a la abuela le quedaban horas de vida y siempre me lo agradeció mucho, ya que le dio tiempo a  aprovechar las pocas horas que le quedaban de vida con ella. La abuela no estaba enferma, lo único que tenía era edad, era muy mayor. Por eso en un principio mis padres decían que igual me equivocaba, pero yo miraba al perro y presentía que no. Que la abuela se moría. Y así fue. Esa misma noche la abuela falleció. Otras veces, no presentía nada. Un día mi hermano, se subió a un árbol y se cayó desde una gran altura. Mis padres siempre me echaron en cara que no la había presentido. Que no era tan vidente como yo me creía, ya que mi hermano se rompió las dos piernas. Y no...No lo presentí. Mi intuición y mis presentimientos no estaban presentes ese día. Algo había fallado.
CONVERTIR CUENTO A RELATO

EL GIGANTE EGOÍSTA, un cuento de Oscar Wilde (Irlanda, 1854-1900)
Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES


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