jueves, 13 de febrero de 2020

PLANOS NARRATIVOS


Los dos planos narrativos: el fondo y la forma

Todos los que escribimos, o casi todos, sabemos o intuimos qué es el ritmo en un texto literario, sea poético o narrativo. Sabemos, por ejemplo, que en el ritmo influyen la longitud de las frases y los párrafos, las rimas internas, la concisión, la naturalidad, la coordinación, subordinación y yuxtaposición de las oraciones y, muy importante, los tiempos y conjugaciones verbales. Hablar de ritmo es hablar de la agilidad o morosidad con que avanza la historia, y que debe ajustarse a las necesidades del tema y los distintos momentos de la trama.
Sin embargo, a menudo ocurre que un relato (cuento o novela), tiene un ritmo adecuado: es trepidante en una persecución callejera, y lenta en las escenas de amor, pero así todo, algo falla. Es entonces cuando pienso en la complejidad del sistema y funcionamiento de un relato.


Una cuestión de equilibrio
Por una parte, tenemos la forma que, en definitiva, es el propio hecho lingüístico; y, por la otra, el fondo, que articula las unidades narrativas y conforma la trama. Yo los denomino planos narrativos.
El primer plano es el estético (la forma), en el cual reside la esencia del placer de la lectura. Al definirlo como estético, no me refiero a que la prosa debe ser bella, sobrecargada de palabras altisonantes. No es eso. La palabra clave es DESLIZAR. Es decir, cuando el lector se desliza de frase en frase, de párrafo en párrafo, casi sin darse cuenta, estaremos ante una prosa placentera. Para explicarlo de otro modo, me remito al arte poético y, no puedo evitarlo, a una frase de María A. Mónaco: «La poesía es como una canción en una lengua extranjera: aunque no entendamos la letra, nos emociona». Este plano es el primer punto de contacto del lector con la historia; es el portal que invita a entrar y a mantenerse en la lectura hasta sumergirse en el segundo plano: el fondo, el sentido del relato.
En ese segundo plano (el fondo), es donde el escritor desplegará todo el andamiaje que sostiene la trama: el narrador, el tiempo, el espacio y los personajes. Es lo que conformará la estructura narrativa, más allá del clásico aristotélico de introducción, nudo y desenlace. Ambos planos (forma y fondo), conviven en un equilibrio delicado. La misma frase cuyo ritmo y estética nos cautiva, debe contener la carnada a la cual hace referencia Clarice Lispector. Cuando ese equilibrio se rompe, el relato falla. En cambio, cuando el equilibrio entre la forma y el fondo es el adecuado, además del placer propio de la lectura, el lector podrá sumergirse, sin darse cuenta, en una experiencia emocional difícil de olvidar.


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